Hoy vengo a contarte un caso real con el caballo de una clienta que, a pesar de no tener dolor, no quería moverse durante la monta.
Risco, que así se llama nuestro protagonista, es un macho entero de 5 años cruce de hannoveriano con holsteiner, que tiene una vida deseada por muchos:
- Vive en un terreno irregular que mantiene su salud musculo-esquelética.
- Convive con otros caballos de diferentes edades y sexos con los que socializa a diario.
- Alimentación personalizada y diseñada por nutricionista equino.
- Siempre ha estado descalzo y con una salud de cascos espectacular.
- No se ha montado hasta los 5 años.
Como consecuencia de una vida de cuidados excelentes, su físico y su equilibrio mental es 10/10. Es un caballo que, a pesar de no estar siendo entrenado, presenta una musculatura sana, conoce cada parte de su cuerpo, sabe cómo utilizarlo a la perfección, no se asusta de nada y tampoco admite tonterías por parte de los demás. Es expresivo, ágil, atlético, cariñoso, juguetón, curioso, independiente, seguro de sí mismo y valiente. Todo esto es gracias al incansable esfuerzo de su tutora, no solo por darle todo a Risco para que desarrolle a su máximo potencial su mente y su cuerpo, sino también en llamar a todos los profesionales posibles para prevenir cualquier problema y pedir segundas o terceras opiniones. Risco es mi ejemplo real de que un caballo que es caballo, es un diamante y no una caja de problemas.
¿Por qué os cuento todo esto? Que parece que vengo a venderos el caballo…
Nada de eso. Os explico todo esto porque, primero, quiero dar visibilidad a casos reales que hacen las cosas bien y que, el buen hacer, se ve reflejado en el caballo. Y segundo, porque para entender porque un caballo se comporta de X manera, es muy importante el contexto en el que vive y su pasado.
En el caso de Risco, hace ya meses que guio a su tutora y trabajo con él para prepararlo para la monta. Y, a pesar, de todo el tipo de vida que tiene, y de educarlo con refuerzo positivo y clicker, con una muy buen base pie a tierra; el caballo no terminaba de estar cómodo con la montura y con llevarnos encima. Él quería interactuar con nosotras y aprender cosas nuevas. Le encanta aprender, pero no se le veía la misma ilusión ni ganas con todo lo relacionado con la monta. Evitaba que le pusiéramos la montura estando suelto y, cuando te subías, se desmotivaba y no quería caminar por mucho tiempo. Siempre trabajábamos con sesiones cortas de 10 o 15 minutos y premiando mucho cualquier pequeño avance.
«Es normal, es un potro en sus primeras montas y lo estáis consintiendo con comida. Pídele más para que se le acabe la tontería, no le pasa nada, solo está haciendo el tonto. Ponle espuelas, fusta y andando» – podrían pensar algunos.
Bueno, me parece un discurso poco argumentado, incluso violento, para dar una explicación objetiva al comportamiento de un individuo que está aprendiendo, pero esto lo dejamos para otro artículo si queréis.
Con Risco, en varias ocasiones, me pasó que, al acabar de retirarle la montura, el caballo me buscaba para que le rascara y acariciara la zona de la cruz y el dorso. A los pocos segundos se ponía a bostezar con la mandíbula abierta y sacando la lengua de la boca, cabeceando y sacudiendo el cuello. ¿Será un proceso psicológico que está gestionando el caballo? Fue lo primero que pensé, aunque no terminaba de encajarme esta hipótesis. Con el paso de los días y las sesiones, algo no nos cuadraba a su tutora y a mi, no teníamos buen feeling con los avances, a pesar de que eran detalles «sutiles». Y digo «sutiles» porque la gente se piensa que educar un caballo para futura la monta tiene que ser una lucha cuerpo a cuerpo entre la bestia y la persona. Y, de verdad, qué pereza, ¿la gente no se cansa de hacer el imbécil? Porque no hay otro adjetivo para quien arriesga su vida asustando y rompiendo psicológicamente a un animal que está con los niveles de estrés y cortisol por las nubes… Hay que estudiar más y ser menos paleolítico, por favor.
Volviendo a Risco: aunque el caballo no se rebotaba contra nosotras, ni mostraba signos evidentes de dolor, eso no significaba que todo estuviera yendo bien. Y, lo curioso, es que tanto la tutora como yo, las dos, teníamos la misma sensación: el caballo no estaba a gusto con el proceso de monta. Para nosotras no tenía sentido que se dejara montar si no había consentimiento por su parte, si no estaba cómodo y si no era un SÍ sincero. Porque si en otras situaciones o en el día a día teníamos otras sensaciones, ¿por qué aquí iba a ser diferente? Esta manera de trabajar con el consentimiento del caballo (siempre que la situación lo permita y sea segura, porque no vivimos en un mundo de rosa y hippie-landia) es porque, si ignoramos las señales de desacuerdo, pueden pasar dos cosas:
- que inhibamos la conducta (desaparezca) y mucho tiempo después, el caballo explote y toda esa mierda que no quisiste gestionar en su día te rebote en la cara y tengas un accidente.
- o, que el caballo siga escalando en la comunicación y comience a hacer conductas más contundentes, agresivas o peligrosas para que te enteres de que está en desacuerdo.
Nosotras, lo que hicimos, fue plantearnos cuál era la causa del problema o, en su defecto, buscar otra manera que fuese más agradable para él. Cómo entre las dos no conseguimos dar con la respuesta, paramos el proceso de monta y ambas nos pusimos a pedir opinión y consejo a profesionales de otros sectores: podólogos, fisioterapeutas, osteópatas, nutricionistas, educadoras equinas… Estoy segura de que muchos de estos profesionales pensaron que éramos pesadas o estábamos locas porque el caballo «no hacía nada raro» que no hicieran comúnmente otros potros o caballos que inician el proceso de monta. Pero nosotras estábamos convencidas de que algo se nos escapaba, que esto no podía ser lo normal.
Así que decidimos empezar con un protocolo de búsqueda de dolor, aunque el caballo no estaba ni cojo ni se quejaba a la palpación. ¿Sería la montura? ¿Le dolería algo? Como teníamos dificultades para encontrar una fisioterapeuta equina de confianza por nuestra zona, en Galicia; ayudé a una fisioterapeuta equina de Madrid a organizar una ruta de trabajo con varias clientas mías y sus caballos. Me puse muy contenta porque esta fisio pudo ayudar a varios binomios pero, en realidad, todo era por Risco. Necesitábamos salir de dudas, que nos dieran luz.
¿Sabéis cuál fue la sorpresa? El caballo estaba perfecto en su condición física y salud musculo-esquelética. La montura tampoco le quedaba mal. Aún así, por recomendación de la fisio, la tutora de Risco encargó otro puente intercambiable nuevo para probar con la montura. Pero, para cuando esta pieza de la montura llegó, nosotras ya habíamos encontrado la causa de por qué Risco no le gustaba todo lo relacionado con la monta.
A ojos de otras personas, Risco montado parecería un caballo vago, un penco, un ser sin sangre ni energía. No era vago. Nunca lo fue… Solo tenía la musculatura fría.
Un día, no recuerdo cómo, hablé con la tutora de Risco y le propuse diseñarle al caballo un calentamiento bien exhaustivo, personalizado y progresivo; a ver si dedicándole tiempo de calidad antes de empezar el proceso de monta, él se sentía mejor en su cuerpo. No voy a decir públicamente cuál es su calentamiento porque no quiero que nadie lo copie y lo haga con su caballo, porque existe un trabajo de análisis individualizado detrás de ese calentamiento. Lo que sí puedo deciros es que hubo mucho trabajo al paso, mucho trabajo de transiciones paso-trote, cambios de ritmo, y muy poco, poquísimo, trabajo de galope.
No, durante el calentamiento a Risco no lo verías más vivo y enérgico. Seguiría pareciendo un vago, que parece que le pesa el culo. Pero, ¿te cuento un secreto? No lo agobiamos ningún día, ni lo achuchamos, ni usamos tralla, ni le pedimos energía. Le dejamos calentar a su ritmo, despacio, lento, muy lento. Erróneamente las personas pensamos que un calentamiento es para excitar al caballo y ponerlo super reactivo. No, no y no. Esto no siempre tiene que ser así. El calentamiento diseñado para Risco es en plano inclinado (terreno con cierto desnivel lateral, en cuesta) y dura como mínimo 20 minutos. Es un calentamiento tan simple que hasta se hace aburrido para la persona y el caballo.
¿Creéis que funcionó?
Joder si funcionó…
Ahora el caballo ya no se frustra, se deja ensillar suelto, ADORA y AMA ser montado por su humana (se lo ves en la carita lo feliz que se pone y cómo la cuida cuando la lleva) y se os caería la baba a todos si vierais las pedazo transiciones equilibradas que hace de trote a galope CON DESNIVEL y alguien encima. «Aerolíneas Risco», le llamamos. El caballo ahora es un avión, motivación le sobra, va montado sin embocadura, se lo pasa genial en la pista y se aburre si no le damos tareas para hacer. Parece otro caballo.
Ni suplementos de Redcell, ni espuelas, ni fusta, ni mierdas varias… Solo un puñetero calentamiento bien hecho antes de empezar con el proceso de aprendizaje de montura y llevar a alguien encima. Y no estoy adornando este caso real ni un poquito.
¿Sigues pensando que hay caballos vagos o es que quizás no se ha dado con ellos en la tecla adecuada?
No he escrito este artículo ni para hacerle la pelota a mi clienta (pues sabe de sobra lo que pienso de cómo trata a su caballo y le he pedido permiso para contar su caso), ni tampoco para venderte nada. Pero si crees que soy la persona adecuada y que te puedo ayudar con tu caballo, estaré encantada de que me contactes.
Nos vemos en otro artículo, familia. Un besiño.