Desde el momento que un humano interactúa con un caballo, aunque esta comunicación se realice desde la distancia, existe un aprendizaje por parte del animal. Porque si el caballo no hubiera aprendido a interactuar con las personas, la historia de la humanidad sería muy distinta a día de hoy.
Se lo debemos todo al caballo: el alimento, las guerras y sus victorias, el transporte, las labores del campo… Sin embargo, ¿lo hemos hecho bien hasta ahora? Quizás, entendiendo el contexto, tan mal no lo debieron de hacer nuestros ancestros si hemos llegado hasta este punto, ¿no? Gracias al avance del bienestar animal y a la respectiva evolución de las ciencias de la psicología humana y su estudio del comportamiento, desde hace unos años surge el debate social de: ¿Cómo aprenden los animales?

Si somos un poco más ambiciosos y curiosos, esta pregunta se nos puede quedar un poco corta pues, ¿de qué serviría, por ejemplo, enseñarle a sumar y restar un infante si el equipo docente no sabe cómo aprende el cerebro humano y, además, cómo aprende en concreto el cerebro infantil? Esto mismo ocurre con los caballos.
En España, son una minoría las formaciones ecuestres para profesionales en las que se enseñan nociones básicas de etología equina. ¿Cuántos monitores o técnicos de equitación han recibido este tipo de conocimientos? También existe esta misma carencia en casi la totalidad de nuestras hípicas, cuando son los lugares principales donde se captan y desarrollan las futuras generaciones. Pero claro, ¿cómo se van a difundir estos conocimientos entre los más pequeños si sus referentes no los han podido tener? Y esto es grave, muy grave, porque la etología es lo mínimo.
La etología es el conocimiento básico e indispensable para entender el comportamiento innato del caballo como especie.
¿Cómo puede ser que todavía hayan profesionales que promocionan discursos desactualizados e incitan a que las personas sean el líder de la manada o que los sementales ejercen una jerarquía de dominancia sobre sus yeguas? Desde hace años multitud de etólogos se esfuerzan en desmitificar muchas de estas falacias. Y el problema es que, de este problema saltamos de rebote a otro porque, sin esta base, sin este mínimo de etología equina, no se puede escalar a un conocimiento más elaborado y superior, como la psicología del aprendizaje aplicada a caballos. Es decir, si no sabemos cuáles son los comportamientos específicos con el que se comunica una especie, no podemos pretender modificar, inhibir o potenciar la conducta de éste a nuestro antojo. No podemos jugar a ser dioses. ¿Por qué? Primero, por una cuestión de ética; y segundo, porque se cometerían tantas negligencias sin represalias que esto daría pie a la creación de una comunidad que normalizase la violencia y el maltrato psicológico hacia esa especie.

Quizás así de primeras este mensaje suene muy duro, exagerado o sensacionalista; pero si lo llevamos a nuestro terreno, al humano, es sencillo de entender. Imaginemos a una persona que tiene miedo a las arañas y decide ir a la consulta de un psicólogo a tratarse. Este profesional, a parte de tener la responsabilidad de estar actualizado en su área de conocimiento, debe como mínimo:
- Conocer la naturaleza intrínseca del ser humano como especie y entender cómo funciona el cerebro en sus distintas etapas de crecimiento.
- Conocer los diferentes procesos y mecanismos que ocurren dentro del organismo y cómo colaboran en conjunto para generar una conducta.
- Conocer las teorías del aprendizaje y las técnicas de modificación de la conducta.
- Conocer e identificar los trastornos y secuelas psicológicas relacionadas con el aprendizaje y los traumas.
- Saber elaborar un protocolo y tratamiento a corto, medio y largo plazo que esté adaptado a las necesidades de su paciente.
Entre otras muchas cosas, es lo mínimo que esperaríamos de un profesional que pretende modificar la conducta de un individuo, ¿verdad? Pero, ¿podemos garantizar estos mínimos dentro del mundo ecuestre? ¿Nos tomamos demasiado a la ligera la gran responsabilidad que significa modificar la conducta de un individuo que, además, pertenece a otra especie?
Existen muchas causas que justifican las respuestas a estas preguntas como, por ejemplo, que seguimos tratando al caballo como una bestia a la que someter o, si le damos un enfoque más antropomórfico, los comparamos con adolescentes rebeldes que necesitan disciplina y límites militares.
Cuando en realidad, si los tratáramos más como clientes o pacientes, seguramente se sentirían más escuchados y comprendidos.
Hemos mejorado y vamos por buen camino, pero seguimos sin estar a la altura de lo que necesita el caballo para convivir y expresar todo su potencial al lado de las personas… Es por eso que, en cada revista, abordaremos una temática relacionada con la educación equina. El desbrave, el entrenamiento, la doma o la competición son construcciones y castillos que no valen nada si los cimientos no son de calidad. Todo eso se nutre de la misma raíz y, para ello, empezaremos por diferenciar las dos grandes madres de la educación equina: la etología y la psicología del aprendizaje.
La etología es una rama de la biología que trabaja mano a mano con otras disciplinas científicas como la psicología. Consiste en el estudio del comportamiento de cada especie animal en condiciones domésticas, salvajes y/o ferales. El matiz clave es que solo y exclusivamente analiza la conducta, no estudia cómo modificarla. Gracias a la etología equina entendemos por qué los caballos necesitan cosas tan innatas como pastorear o vivir en manada. Es decir, con la etología entendemos qué es y qué necesita un caballo. En países de habla hispana, nuestra mayor referente es Lucy Rees.
Por otro lado, como su propio nombre indica, la psicología del aprendizaje pertenece a la psicología. Se encarga concretamente de estudiar cómo los individuos aprenden, memorizan y modifican sus conocimientos y habilidades para realizar ciertas conductas. La motivación, la indefensión aprendida, el modelamiento y la desensibilización son algunos de los muchos temas que interesan a esta rama de la ciencia. Seguro que os suenan nombres como Skinner o Pávlov, los padres de los condicionamientos conductuales. Ellos fueron los primeros en analizar, con experimentos poco éticos, qué condiciones y variables facilitan u obstaculizan el aprendizaje de los animales. “¿Cómo aprenden los caballos?” es una pregunta que nos puede y debe contestar la psicología del aprendizaje.
Pero responder a esta pregunta no es tarea fácil ni rápida. Por eso, en el próximo artículo continuaremos con la primera pieza de puzzle: ¿Qué es conducta y qué es aprendizaje?
